Desde que algún ser humano, probablemente vestido con unas pieles y armado con un soberbio palo, decidió, picado por la curiosidad, ir a ver qué había detrás de la montaña, surgieron los miedos al viaje. Alguien de su tribu seguramente intentó disuadirle. ¿Qué importaba lo que había detrás de la montaña, con lo bien que se estaba en el valle?
Unos cuantos milenios más tarde, sin pieles y sin palos, pero con zamarra aventurera, GPS y controles de seguridad hasta en los chiringuitos, seguimos asociando el viaje al riesgo. No tanto a los peligros que nos acechan detrás de cada esquina, que los tenemos muy presentes en nuestras ciudades ricas y organizadas, sino el temor a lo desconocido, a enfrentarnos con algo o alguien que no podemos manejar con nuestros hábitos y tecnología.
El peso de nuestra curiosidad decantará la balanza hacia el descubrimiento de lo nuevo o hacia el confort de la monotonía. El riesgo, si es que existe, será el de salir airosos de nuevas situaciones, de otras formas culturales y de otros hábitos sociales. Posiblemente si sumamos, si intentamos aceptar y apreciar lo ajeno, minimizaremos el riesgo de nuestra frustración. Si, por el contrario, comparamos, en un ejercicio de qué es mejor y qué es peor, pasaremos un calvario de sinsabores. Nos habrá ganado el miedo.
UN PROFESOR
estadounidense define el turismo como la "curiosidad en movimiento". La UNWTO (Organización Mundial del Turismo) contabiliza, ya ahora, unos 900 millones de turistas curiosos que se mueven por el mundo, Si viajar es un riesgo, resulta que hay muchos valientes. Se habla de destinos turísticos peligrosos. Naturalmente los hay, pero se los identifica siempre con algunos lugares y países tópicos. En una sociedad que maneja tanta cantidad de información cualquier ciudadano puede tener información directa de qué pasa hoy y qué pasó ayer en cualquier rincón del mundo. Nadie va a ciegas. La capacidad de elección es algo que no hay que hurtar con consejos de seguridad --como los típicos de las embajadas-- que para evitar problemas suelen magnificar situaciones no tan dramáticamente arriesgadas. Es obvio que si se decide pasar una semana en Bagdad se están comprando números para la lotería de un bombazo. No es menos arriesgado pasearse por algunos barrios o calles de Nueva York o Chicago, pero la información más aterradora la recibiremos de la peligrosidad de Salvador de Bahía o de los centenares de vacunas y miles de picaduras de todo tipo de bichos que hay que prevenir si se viaja a muchos países africanos.
El sesgo de las informaciones sobre la peligrosidad de los destinos turísticos es, hasta cierto punto, sospechoso: muchos países subdesarrollados y muy pocos destinos occidentales. Cierto es que en algunos lugares de pobreza extrema el turista no deja de ser un objetivo. Con las monedas que lleva en el bolsillo una familia local puede sobrevivir un mes. Si se toman las precauciones adecuadas, el índice de riesgo no andaría mucho más allá del de otros lugares aparentemente más seguros.
Habría que tener claro cuál es el peligro real. ¿Peligro físico? Si lo evaluamos por estadísticas de delincuencia, asaltos, asesinatos, etcétera, parece que las sociedades más avanzadas nos llevamos la palma. Quizás lo que nos atemoriza es el miedo a descubrir que nuestros chiringuitos no son lo mejor de lo mejor y que hay otros tipos de vida, otras culturas, otras gentes, que sin estar dentro de nuestros parámetros viven y conviven a gusto.
En algún lugar de nuestras antípodas, tipificado como un destino peligroso, puede que haya alguien escribiendo un artículo sobre los peligros de la Rambla, los atentados de ETA o nuestros muertos en accidentes de tráfico. Si lo leemos seguro que nos va a sentar fatal.
Viajen con cuidado. No lleven agua embotellada en los aviones, que dicen que es peligroso, ni clips para sujetarse el cabello. Digan siempre que sí a los empleados de las compañías aéreas y no se quejen jamás porque no funciona el aire acondicionado del hotel. Eso sí, pida siempre el libro de reclamaciones. Es inocuo. No es peligroso ni para usted ni para la compañía contra la que reclame. ¡Buen viaje!
Escrito por: Damià Moragues ( Profesor de la Escuela Superior de Turismo de Barcelona y consultor de organismos internacionales ).
Para: El periodico de Catalunya
info: El periodico de Catalunya
Unos cuantos milenios más tarde, sin pieles y sin palos, pero con zamarra aventurera, GPS y controles de seguridad hasta en los chiringuitos, seguimos asociando el viaje al riesgo. No tanto a los peligros que nos acechan detrás de cada esquina, que los tenemos muy presentes en nuestras ciudades ricas y organizadas, sino el temor a lo desconocido, a enfrentarnos con algo o alguien que no podemos manejar con nuestros hábitos y tecnología.
El peso de nuestra curiosidad decantará la balanza hacia el descubrimiento de lo nuevo o hacia el confort de la monotonía. El riesgo, si es que existe, será el de salir airosos de nuevas situaciones, de otras formas culturales y de otros hábitos sociales. Posiblemente si sumamos, si intentamos aceptar y apreciar lo ajeno, minimizaremos el riesgo de nuestra frustración. Si, por el contrario, comparamos, en un ejercicio de qué es mejor y qué es peor, pasaremos un calvario de sinsabores. Nos habrá ganado el miedo.
UN PROFESOR
estadounidense define el turismo como la "curiosidad en movimiento". La UNWTO (Organización Mundial del Turismo) contabiliza, ya ahora, unos 900 millones de turistas curiosos que se mueven por el mundo, Si viajar es un riesgo, resulta que hay muchos valientes. Se habla de destinos turísticos peligrosos. Naturalmente los hay, pero se los identifica siempre con algunos lugares y países tópicos. En una sociedad que maneja tanta cantidad de información cualquier ciudadano puede tener información directa de qué pasa hoy y qué pasó ayer en cualquier rincón del mundo. Nadie va a ciegas. La capacidad de elección es algo que no hay que hurtar con consejos de seguridad --como los típicos de las embajadas-- que para evitar problemas suelen magnificar situaciones no tan dramáticamente arriesgadas. Es obvio que si se decide pasar una semana en Bagdad se están comprando números para la lotería de un bombazo. No es menos arriesgado pasearse por algunos barrios o calles de Nueva York o Chicago, pero la información más aterradora la recibiremos de la peligrosidad de Salvador de Bahía o de los centenares de vacunas y miles de picaduras de todo tipo de bichos que hay que prevenir si se viaja a muchos países africanos.
El sesgo de las informaciones sobre la peligrosidad de los destinos turísticos es, hasta cierto punto, sospechoso: muchos países subdesarrollados y muy pocos destinos occidentales. Cierto es que en algunos lugares de pobreza extrema el turista no deja de ser un objetivo. Con las monedas que lleva en el bolsillo una familia local puede sobrevivir un mes. Si se toman las precauciones adecuadas, el índice de riesgo no andaría mucho más allá del de otros lugares aparentemente más seguros.
Habría que tener claro cuál es el peligro real. ¿Peligro físico? Si lo evaluamos por estadísticas de delincuencia, asaltos, asesinatos, etcétera, parece que las sociedades más avanzadas nos llevamos la palma. Quizás lo que nos atemoriza es el miedo a descubrir que nuestros chiringuitos no son lo mejor de lo mejor y que hay otros tipos de vida, otras culturas, otras gentes, que sin estar dentro de nuestros parámetros viven y conviven a gusto.
En algún lugar de nuestras antípodas, tipificado como un destino peligroso, puede que haya alguien escribiendo un artículo sobre los peligros de la Rambla, los atentados de ETA o nuestros muertos en accidentes de tráfico. Si lo leemos seguro que nos va a sentar fatal.
Viajen con cuidado. No lleven agua embotellada en los aviones, que dicen que es peligroso, ni clips para sujetarse el cabello. Digan siempre que sí a los empleados de las compañías aéreas y no se quejen jamás porque no funciona el aire acondicionado del hotel. Eso sí, pida siempre el libro de reclamaciones. Es inocuo. No es peligroso ni para usted ni para la compañía contra la que reclame. ¡Buen viaje!
Escrito por: Damià Moragues ( Profesor de la Escuela Superior de Turismo de Barcelona y consultor de organismos internacionales ).
Para: El periodico de Catalunya
info: El periodico de Catalunya
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